lunes, octubre 15, 2007

FIN

Nací el segundo día del quinto mes según los almanaques modernos, esos mismos que intentan situarnos en tiempo y espacio. Fue en esa isla de los abismos donde tuvo lugar tal acontecimiento, en esa Atlántida perdida, Utopía al borde de un naufragio, y en su ciudad capital, con nombre de mujer dormida, fue donde vi la luz por vez primera. Allí crecí, fui valiente y cobarde con igual remordimiento, allí construí mis castillos de arena, tuve el mar como reino, como paraíso, como frontera, y por último se perdieron diminutas sus orillas bajo mis ojos. Allí tuvimos todos un poco de pan y miseria, el sol del medidía que alargaba las sombras y fatigaba las horas con un cansancio como de haber estado todo el día juntando sueños. La gente, los amigos, los lugares, las aceras pintadas por los niños y pisoteadas por la gente mayor, cada árbol martirizado, víctima de un pacto entre dos adolescentes. Los minutos de silencio por los mártires, la vez que custodié la mascarilla de Julio A. Mella, las consignas, nuestras historias de hombres admirables, de muertes perpetuadas. Mi primer beso como un descubrimiento, las noches en el malecón sin nada más que hacer que amarnos todos, que inventar juegos al azar, sin ningún otro compromiso que nombrar estrellas y adivinar barcos en el abismo, horizonte invisible donde el mar y el cielo copulan toda la noche para volverse una sola masa obscura ante nuestros ojos. Allí está mi ciudad, en esa latitud del mundo donde la risa llega con el viento y es como algo pegajoso que se adhiere a la piel y te vuelve incrédulo, ese lugar estratégico para olvidar todo y paradójicamente, vivir del recuerdo, para inventar palabras nuevas, para amar y odiar como una verdad peligrosa. A ella he dedicado este blog que hoy debe cerrarse como la última página de un libro modesto, como una guía de viajes que se termina justo a tiempo para desembarcar en las costas de una isla que debió ser para alguien una vez,- la tierra más bella que ojos humanos hayan visto.