Cuando salí de La Habana
Cuando salí de La Habana…

Cuando salí de La Habana
De nadie me despedí
Solo de un perrito chino
Que venía atrás de mi.
Como el perrito era chino
Un señor me lo compró
Por un poco de dinero
Y unas botas de charol.
Las botas se me rompieron
El dinero se acabó
Ay! Perrito de mi vida,
Ay! Perrito de mi amor.
La perla de la mora
Una mora de Trípoli tenía
Una perla rosada, una gran perla:
Y la echó con desdén al mar un día:
—«¡Siempre la misma! ¡ya me cansa verla!»
Pocos años después, junto a la roca
De Trípoli... ¡la gente llora al verla!
Así le dice al mar la mora loca:
—«¡Oh mar! ¡oh mar! ¡devuélveme mi perla!»
El tema de la pérdida se hace evidente si intento relacionar éstos dos textos, tan diferentes en muchos sentidos, pero tan parecidos en cuanto a moraleja o al desarrollo psicológico de un suceso, como quiera, adolecen de una misma nostalgia, el arrepentimiento; el primero es una canción que aprendí de niña, el otro, un poema de José Martí. Se invoca en ellos, el dolor por la ausencia de lo desechado, en el primer caso, el viajante realiza un cambio, una especie de negocio, entregando su perrito chino, al que ya en el propio texto se le infieren cualidades humanas, como la fidelidad (¨que venía atrás de mi¨), y a cambio recibiendo ¨un poco de dinero y unas botas de charol¨, materiales que evidentemente se gastaron o consumieron y por tanto dejaron de ser útiles, finalmente, surge el lamento, la extraña sensación que provoca perder algo que posee un valor sentimental, vital, conciencia de ésto debió tomar Giacometti, cuando eligió salvar al gato de un incendio donde ardería un Rembrandt, la vida –diría- por encima de todo,. En cuanto al segundo, nos encontramos frente a una metáfora de lo que puede ser la obstinación del ser humano, el desdén ante lo cotidiano, en éste caso la mora de Trípoli se deshace de una perla rosada, ¨una gran perla¨ simplemente por aburrimiento, por desgano, por necedad, para luego, como inmersa en un estado de demencia y desesperación, reclamarle al mar que le devolviera lo perdido. Martí usó una perla, como un símbolo de todo lo que el hombre va desechando, porque en determinado momento cree inservible o molesto, y luego eso que perdemos se convierte en un recuerdo tormentoso, en una nostalgia perturbadora. Yo también he perdido mis perlas, pero cada vez conozco mejor el sentido único de las cosas, el valor insustituible de cada persona.

Cuando salí de La Habana
De nadie me despedí
Solo de un perrito chino
Que venía atrás de mi.
Como el perrito era chino
Un señor me lo compró
Por un poco de dinero
Y unas botas de charol.
Las botas se me rompieron
El dinero se acabó
Ay! Perrito de mi vida,
Ay! Perrito de mi amor.
La perla de la mora
Una mora de Trípoli tenía
Una perla rosada, una gran perla:
Y la echó con desdén al mar un día:
—«¡Siempre la misma! ¡ya me cansa verla!»
Pocos años después, junto a la roca
De Trípoli... ¡la gente llora al verla!
Así le dice al mar la mora loca:
—«¡Oh mar! ¡oh mar! ¡devuélveme mi perla!»
El tema de la pérdida se hace evidente si intento relacionar éstos dos textos, tan diferentes en muchos sentidos, pero tan parecidos en cuanto a moraleja o al desarrollo psicológico de un suceso, como quiera, adolecen de una misma nostalgia, el arrepentimiento; el primero es una canción que aprendí de niña, el otro, un poema de José Martí. Se invoca en ellos, el dolor por la ausencia de lo desechado, en el primer caso, el viajante realiza un cambio, una especie de negocio, entregando su perrito chino, al que ya en el propio texto se le infieren cualidades humanas, como la fidelidad (¨que venía atrás de mi¨), y a cambio recibiendo ¨un poco de dinero y unas botas de charol¨, materiales que evidentemente se gastaron o consumieron y por tanto dejaron de ser útiles, finalmente, surge el lamento, la extraña sensación que provoca perder algo que posee un valor sentimental, vital, conciencia de ésto debió tomar Giacometti, cuando eligió salvar al gato de un incendio donde ardería un Rembrandt, la vida –diría- por encima de todo,. En cuanto al segundo, nos encontramos frente a una metáfora de lo que puede ser la obstinación del ser humano, el desdén ante lo cotidiano, en éste caso la mora de Trípoli se deshace de una perla rosada, ¨una gran perla¨ simplemente por aburrimiento, por desgano, por necedad, para luego, como inmersa en un estado de demencia y desesperación, reclamarle al mar que le devolviera lo perdido. Martí usó una perla, como un símbolo de todo lo que el hombre va desechando, porque en determinado momento cree inservible o molesto, y luego eso que perdemos se convierte en un recuerdo tormentoso, en una nostalgia perturbadora. Yo también he perdido mis perlas, pero cada vez conozco mejor el sentido único de las cosas, el valor insustituible de cada persona.