Un mimo en La Habana

Pude conseguir un ticket en 5 dólares a la entrada del García Lorca cuando faltaban apenas 20 minutos para que comenzara el espectáculo. El Gran "narrador del silencio" iba a dar una función única en la Sala Principal, y aunque el costo del ticket me había dejado un poco consternada porque a pesar de todo el asiento estaba como en el cuarto balcón, yo estaba felíz y realizada de asistir a aquel evento. Así fue como conseguí presenciar un espectáculo que me cambió para siempre. A cada movimiento, a cada expresión genialmente representada, yo temblaba de emoción, me molestaba parpadear y perder un instante, un segundo de prodigio. El silencio no era incómodo, allí estaba el maestro haciéndonos sentir lo que él quería, sentimientos, reflexiones, sensaciones que nos conducían por caminos inexplicables. Aquel hombre y su arte serían bastos para sobrevivir, para saberse eterno y dichoso cualquiera que haya palpado ese virtuosismo sin igual. El teatro , y aunque me duela decirlo, estaba vacío, y yo sólo sentí algo parecido a un cargo de conciencia cuando, al salir, pensaba en las personas que ése día habían perdido una butaca desde donde contemplar lo maravilloso de la vida.